No está entre rosas vacías
compradas de improviso.
Ni en cenas costosas
hechas por compromiso.
Está en los detalles livianos,
que no buscan ser precisos.
Está en los días grises
donde se elige quedarse.
Cuando el día se abre
y también al cerrarse.
Está en los silencios
que no incomodan.
Cuando las palabras
caen por los ojos
y no por la boca.
Lo encontrarás
en discusiones tontas,
y en los platos sin lavar.
En el frío de la noche
cuando haya que abrazar.
Risas espontáneas
y tardes en la cama.
Historias del día,
entre llantos y risas.
Porque a veces no es bello,
pero siempre auténtico.
Es una práctica diaria,
no un manual estático.
Porque es estar,
no idealizar.
Es entregarse,
más que dar.
Es hacer a un lado el egoísmo,
es encontrarse con el otro,
y también con uno mismo.
No es perfecto,
puede tener tropiezos.
Pero si es real,
hasta cocinar juntos
se vuelve sacramento.
Dar rosas y lujos no es malo,
es uno de tantos gestos.
Pero no se revela tanto
en los detalles grandes,
como en los pequeños.
Es mirarse
sin ninguna máscara.
Es apoyarse,
y encender juntos
una sola lámpara.
Es cuando se junta
mano con mano,
y brota de en medio
la revolución de lo cotidiano.
Echa raíces
de adentro hacia afuera.
El amor no es prisa...
es cálida espera.