Debe ser tentador
que te ame un poeta.
Que hagas arder su pluma,
y que fluyas en sus venas.
Si flechas a un poeta,
verá más que tu carne.
Verá la grieta que escondes,
y que en tu pecho arde.
Sangrará por tu dolor,
y queriendo acompañarte,
echará mano del arte;
correrán ríos de tinta,
buscando abrazarte.
Si mueves el cristal de su corazón,
su pluma también lo hará:
al compás de su latido
en versos te convertirá.
Si lo iluminas o lo quiebras,
y su pecho en llamas late,
tu imagen será tallada en letras,
sea con luz o sea con sangre.
Al entrar en su vida,
serás fuego, vida y sueños.
Pero si te marchas,
serás río o mito en su duelo.
La tinta te puede dar
la inmortalidad,
ya sea en forma de ruinas,
o en forma de eterno altar.
Podrá el mundo olvidarte
cuando tu recuerdo se vaya
junto al último de los que amas.
Pero entre los versos
tu nombre latirá,
para siempre en llamas.