Mis manos,
raíces en el volante.
Mi pie,
fundido en el pedal.
No queda nada,
nada más que acelerar.
Mi cuerpo viaja quemado,
por una herida sin nombre.
Mi razón llora humillada
arrasada por la lumbre.
Muerden las llantas
el herido alquitrán.
Soy jinete desbocado
en esta bestia de metal.
Acelerar,
no queda más que acelerar,
como bestia acorralada
que respuestas quiere hallar.
Mi herida es una danza
de sal y de metal,
la noche bebe lágrimas
con lengua de cristal.
Algo en mí mendiga
un poco de claridad,
y esta fiebre fría
me quiere calcinar.
Acelerar,
no queda más que acelerar,
sangra mi entendimiento
hecho trizas sin piedad.
El motor se lamenta,
sangrando con fuego,
rugirá mi desespero
porque yo ya no puedo.
Y si tiene sed
no habrá combustible.
Le daré de beber
este líquido
salobre.
Busco escapar
del cielo
que bajó a la tierra,
de esta voz extraña
que me habla
sin lengua.
Acelerar
o el misterio
me arrastrará
entre este
fuego extraño
que no responderá
y que aún se niega
a tenerme
piedad.
Arrancaré
los frenos
traidores
sufrirán
cuando los destroce
la noche
gritará.
Acelerar,
hasta que el temblor
no me
pueda
alcanzar.
Se hace carne
en mi respirar.
Hasta que
me ahoge
o vea la llama
a mis huesos
devorar,
solo queda,
solo queda
acelerar...